El Coronavirus está haciendo estragos en la mente de algunos. Es cierto que en tiempos de crisis afloran los ingeniosos, pero también salen a la palestra los oportunistas. Intentar confundir la velocidad con el tocino, es justamente una señal intrínseca de esos que se autoproclaman defensores de la verdad y el derecho. Hace unos días me llegó una carta abierta dirigida al mismísimo Presidente de Argelia, donde los abajofirmantes, y con mucho descaro, solicitaban una inminente intervención de socorro a las autoridades argelinas para salvar la vida de los refugiados saharauis, a consecuencia del Coronavirus. De esta forma, evidenciaban su ninguneo al Polisario y a la RASD, al nombrar una serie de necesidades fruto de la inacción o abandono del Polisario a sus conciudadanos, según ellos.
Las autoridades saharauis son la única voz autorizada para solicitar en el nombre del pueblo saharaui aquello que se necesite en esta crisis, sea del tipo que sea. Y también es cierto que cualquier iniciativa es bienvenida, pero siempre canalizada por las vías competentes, y no a través de llamamientos paralelos que solo hacen daño y generan confusión, y desde luego, son flaco favor a la causa, y caldo de cultivo a los medios de comunicación del enemigo (que por cierto, lo ha sido, y no para menos).
Es también reprochable, que después del eco de la carta, el propio embajador saharaui en Argel, Abdelkader Taleb Omar, se apresurase desahogándose en una retahíla de elogios a Argelia por su solidaridad con el pueblo saharaui, dejando entender que en caso de necesidad, ese país amigo estará en la primera línea, como en otras tantas crisis. Mal y tarde, si realmente es un mensaje indirecta a la iniciativa de la carta abierta.
Manejar una crisis tan compleja requiere de un plan de acción a corto y medio plazo, y no necesariamente emular a tu entorno. Los campamentos saharauis tienen una excepcionalidad que requiere de decisiones de hilo fino.
Si confinas a la población, que básicamente vive de la ayuda humanitaria, y de iniciativas microeconómicas, que han mermado con el confinamiento, y más cuando se bloquea el cordón umbilical con la ciudad argelina de Tinduf, tienes que hacer un esfuerzo sobrehumano para cubrir lo básico, y no encomendarse a la ayuda divina, e intentar consolar a la gente convenciéndoles que quedarse en casa es lo mejor, sin ofrecer alternativas locales y eficaces.
Y desde luego no surten efectos vacuos discursos, al estilo del Presidente Brahim Gali, ni de farragosos comités y declaraciones, sino con hechos concretos, contando con iniciativas y escuchando a la población, acotando la posibilidad de que esta crisis engendre algo mucho peor.
En definitiva, hacer partícipes a todos en cómo salir de esta epidemia, pero dentro de nuestro realidad y nuestras circunstancias particulares, porque si algo nos ha distinguido como pueblo, es la unión y la plena confianza en nuestras instituciones, que tanto nos han costado crear y fortalecer, para que en una crisis (que no deja de ser pasajera, por muy grave que sea), los oportunistas lancen arengas del sálvese quien pueda, e intenten crear confusión de que el hecho de ser refugiados, a la primera de cambio, nuestro Estado nos ha abandonado, y que menos que vengan a socorrernos allende los mares. Refugiados somos, pero también ciudadanos de un país hecho a sí mismo, cosido con la experiencia de crisis peores. Absténganse los especuladores y salvapatrias de pacotillas.
Salamu Hamudi
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