Ana Camacho
Efectivamente, como decía Óscar Elía Mañú, algo grave ocurre en Naciones Unidas. Cuando se cuentan con las amistades apropiadas, un estado gamberro puede hacer de su capa un sayo sin ningún problema. Ahora toca hablar de ello por el ruido que se ha montado con Irán y su programa nuclear. Pero, por si hay dudas, que le pregunten a los saharauis para los que confiar en una solución pacífica y una mediación de la ONU se convirtió en un grave error.
En cambio, para los marroquíes, infractores desde 1975 de la Ley por la que la ONU debería velar, todo son ventajas: no tienen que preocuparse como en el pasado de la guerra con el Polisario porque si los saharauis se mueven, Francia –la gran aliada de los monarcas alauitas Marruecos- promoverá una resolución para declararlos terroristas y acabar con ellos con una intervención armada como la que barrió a Laurent Gbabo en Costa de Marfil o a Gadafi en Libia.
Mientras los invasores marroquíes del Sáhara hacen lo debido para que la comunidad internacional crea que el referéndum es una opción inviable, saboteándolo y aplazándolo (para ello la ONUles dio un absoluto control hasta de los horarios de trabajo de la MINURSO, seguirán explotando ilegalmente las riquezas saharauis (sólo en fosfatos ingresan unos 1.250 millones al año) sin que tampoco nadie les pare los pies; lo que se ahorran en defensa gracias al alto el fuego ni siquiera revierte en el pago de una misión (100.000 dólares al día de gasto en 1994) que les subvenciona la “comunidad internacional”…
Los marroquíes pueden dar fe de que una misión de la ONU puede convertirse en un provechoso negocio para quienes, como ellos, hacen lo posible para garantizar su fracaso: a pesar de que la ONU no reconoce a Marruecos como la autoridad administradora del Sáhara Occidental, en El Aaiún los marroquíes reciben de la ONU hasta el dinero correspondiente a los cascos azules que se alojan en hoteles propiedad de saharauis. Gracias a ello, esos emprendedores saharauis cobran cuando a los invasores les da la gana mientras las autoridades ocupantes logran nuevas y sustanciosas vías de financiación con un dinero que no les pertenece. Menudo chollo.
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