Marruecos: trágica parálisis

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Hace casi veinte años, cuando un terrible terremoto acababa de devastar el Rif, en el norte de Marruecos, estas montañas fueron escenario de escenas tan crueles como absurdas: convoyes de ayuda inmovilizados, ante la mirada de las víctimas, acorralados. No se permitió ningún movimiento antes de la llegada de Su Majestad el Rey Mohammed VI, cuya compasión escenificada ante las cámaras no iba precedida de ningún gesto de solidaridad. A él, y sólo a él, le correspondía repartir la primera manta, como habría puesto la primera piedra de un edificio. Incluso se prohibió la circulación a los vehículos de emergencia que esperaban el paso de la procesión real. El Primer Ministro, Driss Jettou, fue ridiculizado por su prisa: cuando se disponía a llegar a las zonas afectadas, le pidieron que diera media vuelta.

Desde el Rif hasta los pies del monte Toubkal, en el Alto Atlas, la misma trágica parálisis está acabando con muchas vidas hoy. Al regresar de sus vacaciones en Francia, el rey guarda silencio; sus ministros lo imitan. Todo depende de las decisiones y de la voluntad del Palacio, que ha rechazado ofertas de ayuda exterior, en nombre de oscuras intrigas político-diplomáticas. Los equipos de rescate especializados permanecen atrapados en los aeropuertos, mientras que las primeras horas son cruciales para tener esperanzas de sacar a los supervivientes de entre los escombros. Cuarenta y ocho horas después del terremoto, en decenas de aldeas sin salida al mar, los supervivientes siguen sin asistencia médica, sin agua, sin electricidad, sin refugio, entre ruinas y muertos.

El abismo es sorprendente entre, por un lado, el silencio real y la catalepsia de un Estado centralizado y autoritario y, por el otro, la extraordinaria efusión de ayuda mutua del pueblo marroquí. Las zonas afectadas por el terremoto albergan a las poblaciones más pobres y marginadas del país. Aquellos que ya sufren, en tiempos normales, privaciones, aislamiento y falta de infraestructura sanitaria. En el trasfondo del “Marruecos útil” heredado de la colonización, el desorden y el sentimiento de abandono son más agudos que nunca. Después del cataclismo, la solidaridad a largo plazo con estos supervivientes es esencial. No debería conocer fronteras.

L’Humanité, 12/09/2023

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