Marruecos reúne las condiciones de una primavera democrática

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Sidi Bennour, un pequeno suburbio de Casablanca acaba de vivir la tragedia de ver a uno de sus jóvenes morir por inmolación para protestar contra la decisión de las autoridades de confiscar su carreta en la que vendía cacahuetes.
El gesto de Yassine Lekhmidi, un jóven de 25 anos, ha desatado una gran ola de manifestaciones y de indignación en un momento en el que todas las condiciones de una explosión social se encuentran reunidas. Muchos de los elementos que han desencadenado las revoluciones de Túnez y Egipto están presentes y que las demandas de los jóvenes marroquíes que lo animan son muy similares. La combinación de altas temperaturas, sequedad del aire y viento elevado incrementan sustancialmente la probabilidad de un incendio.
Primero, la temperatura. La población marroquí es igual de joven (casi un tercio del total son jóvenes entre 15 y 29 años) y sufre una tasa de desempleo igualmente masiva. De hecho, en Marruecos los jóvenes representan el 82% de todo el desempleo (cuando en Túnez y Egipto eran el 56% y 73%, respectivamente). Y al igual que en los otros dos países, el paro se ceba en los jóvenes con estudios secundarios (más de la mitad de los cuales, el 58%, se encuentran en paro).
A los datos objetivos, que muestran el elevado coste de la vida en Marruecos, se suman las percepciones subjetivas: Según la última clasificación mundial del índice de prosperidad legatum, publicada recientemente por el instituto británico legatum, Marruecos ocupa el puesto 96 de 167 países. Se deduce, por tanto, que el supuesto crecimiento económico de los últimos años no se ha filtrado de manera que alcance a los jóvenes: mientras que el sector público ya está inflado y no absorbe más empleo, el sector privado no tiene capacidad de dar salida a los jóvenes educados que se incorporan al mercado de trabajo. Y según los datos disponibles, esos jóvenes tienen el mismo nivel de acceso a Internet que sus colegas tunecinos y egipcios. Así pues, sequedad del aire.
A la falta de expectativas hay que añadir la corrupción, que añade combustible al descontento. Si ya todos los indicadores internacionales sitúan a Marruecos en posiciones preocupantes (incluso peor que Túnez), los telegramas de la Embajada de EE UU en Rabat filtrados por Wikileaks ponen de manifiesto hasta qué punto esa corrupción está extendida y se practica con toda impunidad debido a que el monarca, la casa real y sus aledaños son sus primeros agentes. Según la revista Forbes, los negocios bancarios, aseguradores, inmobiliarios, de telecomunicaciones, mineros y agrícolas de Mohamed VI le han llevado a convertirse en el séptimo monarca más rico del mundo, con un patrimonio personal estimado en 8000 millones de dólares.
Que el autodenominado « rey de los pobres » haya logrado duplicar su patrimonio en un contexto de crisis económica global es un dudoso honor. Pero si además tiene lugar en un país con un PIB por habitante de 4.773 dólares (sensiblemente inferior al de Egipto y Túnez), un 40% por ciento de analfabetismo y un tercio de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, tal nivel de avaricia resulta una insensatez que sin duda socava la legitimidad y la estabilidad del régimen.
Cierto que sus aliados occidentales cuidan su imagen de fachada, pero el último escándalo de espionaje a través del software israelí Pegasus refleja hasta qué punto los marroquíes gozan de una libertad muy limitada y vigilada.

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