Lo menos que se puede decir es que la decisión del Rey de Marruecos de tender la mano a Argelia, con un discurso apaciguador y elogioso llega en un momento inesperado.
Inesperado, porque el clamor causado por dos actos simultáneos de enemistad aún no se ha apagado.
A mediados de julio, la representación diplomática marroquí en Nueva York había entregado una nota a los Estados miembros del Movimiento de Países No Alineados en la que afirmaba el apoyo del reino a « la autodeterminación del valiente pueblo de la Kabilia ».
La nota fue calificada en Argel como una « deriva peligrosa » y provocó una reacción en todo el país, incluidos los activistas kabileños detenidos. El 16 de julio, Argelia llamó a su embajador en Marruecos « para consultas ».
La tensión entre ambos países ya estaba en su punto álgido cuando estalló el escándalo de Pegasus, llamado así por el software de espionaje de la empresa israelí NSO Group.
Las revelaciones hechas por el periódico francés Le Monde y otros 16 medios de comunicación que tuvieron acceso a los datos de una investigación de Forbidden Stories y Amnistía Internacional son extremadamente graves.
Marruecos es uno de los principales usuarios del software espía y, además de las voces disidentes internas (periodistas, opositores, etc.), lo ha utilizado especialmente para espiar a Argelia.
Más de 6.000 teléfonos argelinos fueron objeto de ataques, muchos de los cuales pertenecían a altos responsables civiles y militares. Argelia tuvo que reaccionar por segunda vez en pocos días para denunciar un « inadmisible ataque sistemático a los derechos humanos y las libertades fundamentales », y « una flagrante violación de los principios y normas que rigen las relaciones internacionales ».
Sobre todo, Argelia esgrimió su derecho a « aplicar su estrategia de respuesta » y se declaró « dispuesta a participar en cualquier esfuerzo internacional para establecer colectivamente los hechos y arrojar luz sobre la materialidad y el alcance de estos crímenes que amenazan la paz y la seguridad internacionales, así como la seguridad humana ».
Además del deterioro de las relaciones con Argelia, Marruecos ha registrado una serie de reveses en la cuestión del Sáhara Occidental en los últimos meses, sobre todo cuando quedó claro que el reconocimiento por parte del expresidente estadounidense Donald Trump de la pretendida soberanía marroquí sobre los territorios saharauis no ha dado los resultados esperados por el reino del hachís.
Por tanto, es en este contexto en el que Marruecos se pone a la defensiva que el rey Mohamed VI pronunció su discurso con motivo del Día del Trono en un vano intento de solicitar el apoyo del pueblo marroquí. Este último, sufre las consecuencias de la pandemia, la pobreza, la represión y las extravagancias de la diplomacia de un régimen llevado por la obsesión del territorio y los recursos naturales saharauis.
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