Habían pasado ya 4 días de la fracasada sublevación militar fascista contra la legítima II República. En Otxandio estaban en plena celebración de las fiestas de Santa Marina (Santa Maña), que habían atraído a numerosas personas a la villa. En la pequeña plaza de Andikona jugaban niños en torno a la fuente toscana, rematada en cruz moderna de 1899 donde algunas mujeres lavaban ropa. El 22 de julio de 1936, a las 9:30 de la mañana, 2 aviones Breguet XIX de la tropas rebeldes, procedentes de la base militar de Recajo, en La Rioja, marcados con banderas de la República y volando a regular altura, dieron varias vueltas al pueblo.
Los pilotos saludaban con las manos a la gente que les contemplaba y aclamaba. Vecinos de Otxandio aseguran que “al saludar y sonreír, se pensó que los objetos que echaban eran papeles, caramelos, octavillas. Sin embargo, aquello que brillaba eran bombas asesinas. Los aviadores fascistas bombardearon y ametrallaron el centro urbano, la plaza de Andikona, causando 61 muertos, en su mayoría niños y mujeres, y numerosos heridos entre la población civil. Las avionetas estaban pilotadas por Ángel Salas Larrazábal y José Muñoz Jiménez. Los testigos dicen que mientras mataban sonreían. Los pilotos veían perfectamente que las víctimas eran civiles. Durante 25 minutos, en repetidas pasadas, lanzaron todas las bombas que portaban. Tras la masacre, los pilotos dieron una vuelta más sobre Otxandio porque no existía fuego antiaéreo, no tenían nada que temer. Ambos fueron felicitados por el general Mola, que calificó el hecho de “brava acción”.
Luis Mari Bengoa aseguraba en 1986 que “50 años no han secado las lágrimas de Otxandio por el primer bombardeo franquista en Euskadi”. Fue algo absolutamente cruel e inhumano. No hay que olvidar que el lugar elegido por los verdugos para lanzar las bombas fue la plaza, justo cuando el pueblo estaba en fiestas. Se buscó crear el mayor terror y daño a la población civil. Diversos testimonios lo corroboran: “..Vimos muertos aplastados contra la pared, algunos cortados por la cintura, otros sin cabeza heridos, mutilados, cuerpos destrozados, rostros desfigurados..”. El corresponsal del diario Euzkadi escribió: “..Gandes charcos de sangre y restos humanos: un trozo de cabeza, unos dedos, masa encefálica pegados a las piedras y a la fuente, daban macabra impresión a un lugar que es de suyo alegre y reido..”.
José Antonio Maurolagoitia, médico de Otxandio: “..Nada más terrible que la visión de la plaza Andicona. Gente despedazada, niños mutilados, mujeres decapitadas. Los gritos de los aldeanitos suplicándome que los curara; un torrente de sangre corría hacia el agua de la fuentecilla. Con tiras de sábanas, procedí a realizar curas urgentes. Por desgracia muchos no necesitaban nada, habían perecido segados por la metralla bárbara y las bombas. Niños y niñas, con extremidades colgando, recurrían a mí con frases euzkericas que todavía tengo clavadas en mi corazón..”.
Una placa gigante instalada en la plaza Andikona, de Otxandio no permite el olvido de los 61 asesinados en el bombardeo fascista de aquel día: En la lista está Jesús Lasuen Magunazelaia al que la metralla le segó las piernas, sus hijos Javier y Jesús Lasuen Goikolea y los primos Sabín, Ignacio y Justo Lasuen Pinto. Murió toda la familia Aldai Kapanaga: junto con Bixente y Feliciana, murieron sus hijos Juan, Francisco Javier e Irene de 9, 7 y 5 años. Nikolasa Belakortu y Tomas Aspe dejaron 6 hijos huérfanos. Sabina Oianguren tenía la mirada perdida, había perdido a su marido, Emeterio Garces, y a 4 de sus 5 hijos: Pedro, Juan Manuel, Teodoro y María Mercedes. El mayor tenía 13 años. María Cruz Irazuegi Gorostiza, de 12 años, falleció por heridas de metralla en un muslo y en el vientre. También asesinados José Antonio Garmendia (5 años) y su hermana Garbiñe (un año y medio), que su abuela sostenía en brazos moribunda.
En 2016, el Ayuntamiento de Orduña, localidad a la que pertenecía Ángel Salas Larrazábal, comunicó la retirada del título de “hijo predilecto” que ostentaba este militar, fallecido en 1994. Sin embargo, Salas Larrazábal es un buen sinónimo de impunidad, tanto en dictadura como en democracia: En 1991, el gobierno de Felipe González premió al tristemente célebre “Carnicero de Otxandio” con la designación honorífica de General del Ejército del Aire. El decreto, que también llevaba la firma del borbón Juan Carlos, hacía mención a sus “méritos personales excepcionales”. Sin embargo, en Otxandio siempre lo recordarán como el criminal que una soleada mañana de julio arrojó aquellas bombas asesinas desde el cielo sobre sus inocentes habitantes.
Documentos: Público (Danilo Albin). Wikipedia. Mugalari-1 y Mugalari-2 (Iban Gorrriti). Unidad Cívica por la República (Xabier Irujo). Testimonio y pintura de Santiago Capanaga
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