La naturaleza de gamberro de este país conocido bajo el nombre de Marruecos prevalece en todos sus aspectos.
A nivel interior, reina una opresión ciega sin piedad y sin ley. Es el único país del mundo donde se practica la tortura introduciendo botellas y porras en los anos de los detenidos. La padecen sólo los prisioneros políticos para que la humillación llegue al fondo del alma. En la región de Yerada donde abundan minas de carbón abandonadas, las furgonetas de la policía no dudaron en aplastar a los manifestantes.
A nivel exterior, el comportamiento de los diplomáticos marroquíes lleva la misma conntación.
Estados Unidos acaba de expulsar al cónsul marroquí en Nueva York después de haber descubierto que su ex-mujer traía a ciudadanos filipinos con visado diplomático para hacerlos trabajar como conductores, jardineros y cocineros en su casa.
En Italia, el embajador marroquí Hassan Abou Ayoub fue acusado en 2016 por una de sus empleadas por acoso y violación.
En Abril 2017, la consul marroquí en Orly (Francia), Malika Alaoui, fue objeto de un abominable escándalo. Se descubrió que secuestraba a su propia criada.
Y ahora, en Italia de nuevo, una personalidad política de origen marroquí acusa al la embajada marroquí de estar detrás del asesinato de la maniquí marroquí Imane Fadil.
Su política exterior tampoco está exenta de la tendencia criminal. En varios países europeos se sospecha que los servicios secretos marroquíes hayan instigado a actos terroristas con el fin de presentarse como aliado imprescindible en la lucha antiterrorista.
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