Por Mohamed Sahli
El caos que vive Libia tiene pocos visos de superarse a corto plazo. Más bien todo lo contrario. El país que hace tres años derrocó y ejecutó sin juicio al dictador megalómano Muamar Gadafi, se hunde cada día un poco más. Los enfrentamientos entre milicias armadas rivales, el terrorismo y las confrontaciones tribales y territoriales son una triste y dura realidad en un país donde el poder ejecutivo y legislativo carece de autoridad y está prácticamente paralizado. A Occidente sólo le interesan los hidrocarburos libios y que éstos no caigan en manos de yihadistas.
En este contexto, tres actores del conflicto libio aspiran a tomar el poder y controlar el conjunto del país: el general disidente Khalifa Hafter, que se sublevó en Bengasi –la gran ciudad del este del país- para combatir a las milicias islamistas y yihadistas; el político liberal Mustafá Abu Chagur, profesor en ingeniería eléctrica y antiguo exiliado; y Mohamed Sawan, miembro de los Hermanos Musulmanes y antiguo preso político. Los tres políticos son ambiciosos y creen que tienen capacidad para gobernar Libia, hacer frente al caos, resolver los problemas y controlar el dinero de los hidrocarburos. El general y el liberal tienen el apoyo de algunas cancillerías occidentales, y su radical oposición al islamismo político y al yihadismo combatiente han seducido a responsables estadounidenses y europeos. Pero de momento, Occidente está a la expectativa de lo que vaya a ocurrir en Libia en las próximas semanas y no apuesta claramente por ninguno de los tres actores. “Libia es como una película de vaqueros en el Lejano Oeste. Es un país paralizado, el Estado está en retirada y la violencia campa a sus anchas en todas partes”.
Así describe la situación un diplomático occidental. ¿Quién podrá cumplir el papel de sheriff, pero también de político inteligente, que el país necesita? Nadie lo sabe. Khalifa Hafter, de 71 años, no es ningún demócrata, de la misma forma que muchos adversarios del islamismo tampoco lo son. Antiguo general de Gadafi, el militar golpista lanzó el pasado 16 de mayo la denominada ‘Operación Dignidad’ para acabar con los grupos armados islamistas y yihadistas del este del país.
El general tiene el apoyo de algunos sectores militares y de la población que ven en él a una suerte de salvador de la patria en llamas. En los años 80 del siglo pasado, fue un hombre de confianza de Gadafi y un símbolo de la guerra contra el Chad, que acabó siendo un fracaso militar para Trípoli. Dicen algunos diplomáticos y observadores que lo conocen que hoy por hoy es el hombre de la CIA y de Egipto en Libia. La embajada de Estados Unidos en Trípoli no condenó la sublevación militar que protagonizó Hafter en Bengasi. Washington tampoco.
Un político de síntesis
Mustafá Abu Chagur simboliza los libios exiliados durante la dictadura de Gadafi que regresaron después a su país de origen. Se exilió en Estados a finales de los años 70 y militó en el opositor Frente de Salvación Nacional libio. Después de la caída de Gadafi, fue nombrado viceprimer ministro del Consejo Nacional de Transición.
El 12 de septiembre de 2012, a los 61 años, se convirtió en jefe del Gobierno elegido por el Congreso Nacional General (CNG, Parlamento). Se hizo cargo de un país que desconocía y fue incapaz de respetar los equilibrios tribales y territoriales. Acabó apartándose de la primera línea de poder para ejercer de hombre de síntesis entre las diversas sensibilidades del país. Mohamed Sawan preside el islamista Partido de la Justicia y la Construcción (PJC), rama política de los Hermanos Musulmanes. Pasó ocho años de su vida en las cárceles de Gadafi y fue liberado en 2006.
Exgerente de un hotel, Sawan es un hombre discreto que consiguió que su partido se impusiera como fuerza dominante en el Parlamento en julio de 2012 y agosto de 2014, aunque hubiera conseguido menos votos que su principal adversario, la Alianza de Fuerzas Nacionales del muy mediático Mohamed Jibril. El PJC es un partido disciplinado y bien organizado y tiene importantes apoyos en la población, aunque también muchos enemigos.
Este partido jugó un papel fundamental en la aprobación de una ley de exclusión política para los dirigentes que desempeñaron una actividad relevante en el régimen de Gadafi. Originario de Misrata, en el nuevo Parlamento que no reconocen algunos sectores políticos y sociales, Sawan sólo cuenta con unos 40 fieles. Sawan es mal visto por los sectores laicos, pero también por los yihadistas, que lo consideran un traidor al islam y un débil.
Preocupación africana
Así las cosas, el caos de Libia retumba en el conjunto del continente africano. Los países vecinos de Libia y organismos como la Unión Africana (UA) y la Liga Árabe han pedido a la comunidad internacional que preste más atención a la situación de Libia.
Los países cuyas fronteras limitan con Libia han hecho llamamientos a las diferentes facciones y milicias a que abandonen la violencia y tomen como opción el diálogo para acabar con la inestabilidad. Estados como Argelia, Chad, Túnez, Egipto y Sudán acudieron recientemente a una reunión, a la que faltó Níger, que también es un país fronterizo, para abordar la crisis libia.
El ministro de Asuntos Exteriores egipcio, Sameh Shukri, pidió realizar un esfuerzo para desarmar las milicias en Libia, y evitar así una nueva intervención internacional que temen algunos sectores y otros desean. Egipto, que se enfrenta al conflicto libio y al de Israel y Palestina, tiene mucho interés en ayudar a Trípoli a superar sus problemas.
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