En Marruecos se observa en amplitud las superficies dedicadas a campos de cultivo de esta droga, mientras en otros lugares se discuten sus alcances.
Resulta curioso observar cómo el debate sobre la legalización de la marihuana avanza en países como Uruguay o como Holanda, mientras que los principales países productores de alguna variedad del llamado « cáñamo indio », como Afganistán o Marruecos, están a años luz de plantearse siquiera esta posibilidad. En ambos casos estamos hablando de una legislación indudablemente punitiva, que paradójicamente acompaña a una realidad tozuda: miles de campesinos dependen del cultivo de esta droga para vivir.
En los meses de primavera, un paseo por las ásperas regiones del norte de Marruecos, donde se extienden las montañas del Rif, permite observar la amplitud de las superficies dedicadas a campos de marihuana, aquí llamada kif; en algunos valles hay tanto polen en el aire que huele a marihuana. Según el gobierno marroquí, hay actualmente 47.000 hectáreas destinadas al cultivo de esta planta, lejos de los 135.000 hectáreas que llegaron a registrarse hace solo diez años. Pero la opacidad de las autoridades en todo lo relativo al cáñamo hace dudar a muchos expertos de la veracidad de las cifras, sobre todo cuando desde hace años se da la voz de alerta sobre un fenómeno: los cultivos de kif están « bajando » de la montaña a las llanuras más fértiles, tras haberse agostado las tierras más altas porque esa es una de las consecuencias del kif: el desecamiento de las tierras tras unos pocos años de cultivo intensivo.
Ha sido y es un viaje exótico para cierta clase de españoles un periplo por el norte del vecino Marruecos para disfrutar barato de lo que llaman « el chocolate », y hay ciudades marroquíes que llevan el sambenito de ser algo así como la Meca de la marihuana.
Muy pocos de estos consumidores sabe lo que el kif supone para las 89.000 familias que en 2005 y según la ONU (no hay cifras más recientes ni fiables) se dedicaban al cultivo del canabís. Familias pobres, que habitan una región ruda, de tierra poco generosa, donde una cosecha de kif puede aportarles mucho más que lo que supondría una de papas o de manzanas, por citar dos de los pocos productos que pueden adaptarse a los severos inviernos de estas regiones.
Los campesinos sobreviven como pueden con el kif, sin que ninguna familia llegue a enriquecerse. El kif no pide muchos cuidados, es una planta que solo requiere sol y agua, pero su recogida y transformación es otra cuestión: en los meses de cosecha, hay poblados donde casi cada casa es una pequeña fábrica: se ponen a secar los tallos del cáñamo en las azoteas al sol del verano, después se golpean suavemente sobre una red para que suelten el polen y finalmente se prensa con un poco de aceite ese polen (primera calidad), y separadamente las hojas (segunda calidad) para producir las famosas plaquetas de hachís. La variedad de la marihuana marroquí no se fuma en hoja, salvo entre los ancianos, siendo más popular su « versión hachís ».
Como sucede en el resto del mundo, hay quien se está enriqueciendo con la droga, pero están en otro eslabón de la cadena: son las mafias que transportarán el hachís hacia el interior del país o hasta las costas mediterráneas para ser exportado a Europa. Mafias que poseen zodiacs de última generación o avionetas para cruzar el Estrecho de Gibraltar y realizar aterrizajes clandestinos en España.
Hablar del hachís en Marruecos ha sido tabú durante mucho tiempo. Ahora ya no lo es, pero es imposible que una fuente oficial conteste a preguntas como: cuánto dinero mueve el negocio, cuántos campesinos hay técnicamente perseguidos por realizar un cultivo ilegal, cuántas toneladas de hachís se decomisan cada año y adónde van a parar los alijos incautados.
En los últimos dos años, algunos militantes de derechos humanos, acompañados de políticos audaces, han comenzado a pedir la despenalización del cultivo del kif pensando sobre todo en descriminalizar a todos los campesinos que no saben vivir de otra forma porque el Estado marroquí nunca pudo llegar a desarrollar ninguna otra actividad lucrativa en una de las regiones más pobres pero al mismo tiempo más pobladas del país.
Sin embargo, y por mucho que ahora se desarrollen con toda legalidad debates sobre la legalización y el eventual uso terapéutico del kif, aquí nadie se llama a engaño: el Estado marroquí jamás permitirá que el kif se vuelva legal. Posiblemente les aterra la idea del norte del país convertido en un parque temático donde los hippies de Europa vienen a fumarse un troncho y tocar el cielo.
Lamula.pe, 16/01/2014
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