Hay una gran diferencia entre la noche y el día en los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf, en el sur de Argelia: la noche, cálida en todos los sentidos, un silencio profundo y respetuoso y un cielo estrellado sin un ápice de contaminación ambiental ni lumínica que nos permitía admirar la belleza de cada una de las estrellas que aprendí a diferenciar gracias a Silvia y Manolo.
El día, extremadamente caluroso, con un sol inclemente que ciega y quema con una media superior a los 45 grados centígrados y que hace que desde las 12 de la mañana a las 18 horas parezca que todo queda en silencio, porque salir a la calle es un verdadero suplicio y un claro riesgo para la salud, sobre todo de los niños y los enfermos.
Un pueblo orgulloso de sus orígenes, el Sáhara Occidental, el que otrora fuera español, y que no quiere renunciar a sus raíces españolas, pero especialmente humilde y modesto, aceptando en todo momento la colaboración y la ayuda que cualquier país, pero especialmente España, sin rencor por la historia para muchos olvidada, pueda facilitarles para continuar « sobreviviendo » y esperando la justicia internacional que no llega tras los más de 36 años de exilio forzado, como consecuencia de la ocupación de Marruecos de un territorio que aún lleva el nombre de Sáhara Occidental. Un territorio especialmente rico por sus fosfatos y por la gran costa pesquera, productos que desde entonces, y no sabemos ni porqué ni hasta cuando, están siendo ilegalmente explotados por el gobierno marroquí.
Niños en el colegio, con los pupitres y material escolar que les llegan de la ayuda internacional, pobres materialmente pero especialmente ricos de espíritu, sonrientes, alegres y felices con sus juegos, que nos acogen con un cariño especial y con una mirada que refleja la esperanza de un futuro que no ven llegar. Son los que consiguen vencer a la gran mortalidad neonatal, que aun no esta determinada epidemiológicamente pero que según todas las fuentes llega a superar el 45 por ciento.
Niños que viven en familia pero que una gran mayoría de ellos, más del 35 por ciento presentan una anemia ferropénica, como consecuencia de una mala alimentación desde su nacimiento. Niños que desde pequeñitos presentan problemas respiratorios similares al asma, porque desde que nacen respiran la agreste arena del desierto, que es la verdadera causante de la silicosis del adulto. Niños que solo pueden estudiar en la escuela los estudios primarios, porque sus profesores no están capacitados para ofrecerles una enseñanza secundaria de calidad, y que abandonan sus familias para poder seguir estudiando en Argelia, Libia o Cuba. Son los niños que desde hace años viajan a España con sus « vacaciones de paz » para huir del aplastante calor de Julio y Agosto y que gracias a la solidaridad de muchas familias españolas, pueden conocer un mundo totalmente diferente. Pero a pesar de ello, tras estos dos meses de vacaciones están deseando volver a vivir con sus familias.
La crisis económica que a todos nos afecta, también afecta a estos niños, porque desde hace dos años han disminuido las familias que los quieren acoger durante los meses de más calor en ese inhóspito desierto, donde les ha tocado vivir por el olvido de la comunidad internacional y por expreso deseo del gobierno marroquí. Sus padres y hermanos, los adultos de los campamentos, nos acogen con un cariño especial en sus propios hogares, jaimas y casas de adobe fabricadas por ellos mismos, y con una esperanza que nosotros no podemos hacer realidad, pero que vemos en sus profundas miradas.
No piden comida ni dinero, y ni siquiera comodidades. Solo piden comprensión y ayuda para que los niños puedan estudiar junto a sus familias y para que puedan tener una mejor salud, que algún día les permita conocer a sus abuelos, de los que hoy no pueden disfrutar, sencillamente porque ahora no llegan a vivir los años necesarios.
Los dispensarios o consultorios, atendidos por profesionales de enfermería con una limitada capacitación profesional, no cuentan con los mínimos recursos necesarios y cuando los hay, en muchas ocasiones no funcionan adecuadamente. Cuatro hospitales regionales y un hospital nacional, que carecen de todo, incluso de la « actitud necesaria » por parte de los profesionales sanitarios para que pudieran funcionar mejor. Aparatos de rayos y ecógrafos que no funcionan, arrinconados a la espera no sabemos de qué; falta de higiene y limpieza que según el Director del Hospital Nacional, se debe a que todos los que trabajan en este campo son voluntarios y se cansan de no recibir honorarios ni motivación…
Pero un Gobierno, con un Primer Ministro y unos Ministros de Sanidad, de Educación y de Cooperación que con toda nobleza y humildad, aceptan nuestras críticas constructivas y nos piden ayuda, especialmente en formación, para que los profesores puedan impartir la enseñanza secundaria a los niños y para que los profesionales de enfermería puedan tener una capacitación lo más adecuada posible para hacerse cargo de la salud de la población, ya que solo cuentan con 8 médicos para las más de 200.000 personas que tratan de ver la luz cada día en los campamentos de refugiados de Tindouf, y que no disponen de los medicamentos necesarios para tratar a los hipertensos y diabéticos, solo por cuestiones burocráticas.
Esta es la fotografía que conservaré durante mucho tiempo en mi retina y mi corazón y que sin duda suscribirán mis compañeros de expedición: Silvia Arias, Directora de la Oficina de Acción Solidaria y Cooperación, Rosalía Aranda, Decana de la Facultad de Formación de Profesorado y Educación, Julio Ancochea, Coordinador de Ciencias de Salud, José Manuel García de la Vega, Director del Departamento de Química Física Aplicada y Liuva González del Área de Voluntariado Internacional, todos ellos de la Universidad Autónoma, que era quien coordinaba y lideraba esta expedición humanitaria, y un gran experto en estas lides como es mi compañero de fatigas en Haití, José Manuel Solla Camino, Presidente de la Fundación SEMG Solidaria.
Llegamos a los campamentos de refugiados en nombre de la Comunidad Autónoma de Madrid, cuyo Gobierno financia este importante programa de formación para los profesores y los profesionales de enfermería, y en el que están totalmente implicadas las seis Universidades Públicas de Madrid. Ahora, nos toca trabajar a todos. A todos los que nos hemos implicado formando la Alianza Sáhara Salud y a todos aquellos que quieran unirse a esta iniciativa para ayudar a salir del « agujero » al pueblo saharaui. Necesitaremos voluntarios, profesionales de la educación y profesionales de enfermería que quieran ofrecer su experiencia, su tiempo y parte de su vida personal y familiar, a un proyecto que ahora nace con una gran ilusión y que a buen seguro pronto llegará a buen puerto.
Cualquier profesional de la salud, de enfermería o medicina que quiera ayudar a esta nueva Alianza, lo podrá hacer, sea o no de la Comunidad de Madrid, porque este es un proyecto humanitario que no tiene ningún tipo de barreras ni entiende de fronteras. Formaremos a profesionales de enfermería, que sin duda serán el verdadero motor del cambio en sus indicadores de salud y enfermedad y a profesores que garantizarán una adecuada enseñanza secundaria. Pero también necesitaremos en esta nueva Alianza Sahara Salud, la ayuda de cualquier empresa que qui
era colaborar en este humanitario proyecto y la de cualquier otra persona que pueda aportar su pequeño granito de arena.
Lo único que se necesita es querer y recordar que « no hay mayor error que no hacer nada en la vida porque solo se pueda hacer un poco ». Ese « poco », seguro que sabrá agradecerlo el pueblo saharaui, pero sobre todo los niños con los que he podido convivir estos inolvidables días; esos niños que nos han sabido transmitir su « mirada hacia la esperanza », sin olvidar el alto precio que están pagando por el « sueño de su libertad ».
Dr. Jesús Sánchez Martos
Catedrático de Educación para la Salud
Universidad Complutense de Madrid
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